(Post recuperado de la temporada 2015/2016)
Hoy quiero contaros algo sobre las casualidades. Cómo puede cambiar el transcurso de una vida debido únicamente a una sucesión de casualidades. Cómo una breve estancia en la capital (cuyo desenlace para mí no pintaba particularmente fructífero ya que no acabo de comprender el funcionamiento del mercado puteril en esta ciudad) se puede convertir en una experiencia inolvidable, de esas que suman imágenes de película en el recuerdo, incluso podríamos decir que merecedora de un Grammy como mínimo… 😉
Todo comenzó con una llamada de mi amiga Fosca. Casualmente, habíamos llegado las dos a Madrid el mismo día. Como yo tenía la noche libre, me invitó a un concierto al que ella iba a acudir. Casualmente, el chico con el que ella había quedado quiso ‘alargar’ la velada tras el concierto. Casualmente, ese chico tenía un amigo que buscaba también algo de compañía íntima aquella noche. Y así fue como, una cálida noche de verano, entre chupitos de tequila, me hallé recorriendo los pasillos de uno de los hoteles más lujosos de Madrid.
Casualmente, una vez que los cuatro estábamos en la habitación del chico de Fosca (G.), nos dijeron que habían olvidado algo que mi chico (P.) (los llamaré así por discreción) subió a buscar a la habitación en la que él se alojaba. Y de este modo, casualmente, se cumplió una de mis más preciadas fantasías desde que tengo uso de razón erótica: G. no podía esperar más, deseaba jugar con las dos, estaba muy excitado, lo cual nos excitaba a nosotras dos. Yo me encontraba un poco cohibida porque no sabía si su amigo se sentiría incómodo cuando al llegar lo viese tontear conmigo. Pero no fue tontear lo que hicimos, no. Fueron 10 minutos de sexo a tres en los que no podía creer que por fin mi sueño se cumpliese : una chica y un chico sobre mí, besándome, follándome, pasando sus lenguas por todo mi cuerpo mientras yo, tumbada, los miraba y moría de placer. Y luego cambiábamos de postura, apresurados, por si P. venía, y porque nuestros cuerpos lo pedían, y G. me embestía desde detrás mientras yo disfrutaba acariciando el suave cuerpo de Fosca y lamiendo sus pezones… Fue una pena que no pudiésemos seguir, pues P. me esperaba ya en su habitación, pero nunca olvidaré la imagen de ese guapetón afroamericano en uno de mis pechos y a Fosca en el otro, como tampoco olvidaré cuando, al salir de la habitación, eché una última mirada atrás y los vi allí de pie, en medio de aquel lujoso camarote teñido por tenues luces de color amarillo mortecino, desnudos uno frente al otro, mirándome y riéndose de forma pícara…
Pero lo que yo no imaginaba es que aquello no había hecho más que empezar…
Después de casi cinco minutos deambulando por pasillos tapizados, por fin di con la habitación en la que P. me esperaba. Mi primera sorpresa, la música más magnífica, y recalco MÁS MAGNÍFICA que he escuchado jamás sonaba de exquisito fondo. Luces apagadas, un leve olor a perfume masculino, y P. en medio de la habitación esperándome, tímido. Mi intuición puteril me indicaba que P. iba a ser un chico muy agradable en la cama, suave, atento, como a mí me gustan más, y no me equivoqué 🙂
Pero mi mayor sorpresa no fue que no me equivocase, sino que, de hecho, se tratase de una de las mejores experiencias sexuales de mi vida. Hay cosas en la vida que no se pueden explicar con palabras, hay sensaciones y sentimientos que, desgraciadamente, no se pueden expresar porque no existen palabras para ello. Lo más cercano que yo podría contaros para que entendáis de lo que hablo es que, por primera vez en mi vida, sentí estremecimientos involuntarios por todo mi cuerpo mientras gritaba y gemía y reía al mismo tiempo, incapaz de controlar mi cuerpo mientras un orgasmo sucedía a otro y, entre orgasmo y orgasmo, me preguntaba a mí misma cómo era posible sentir tanto placer, joder. Increíble.
Tenía una cuenta pendiente con las casualidades y, gracias a Fosca -por cierto una tía alocada, espontánea, divertida, guapísima y encantadora- esa cuenta se ha saldado con creces.