Después de todo lo que está aconteciendo estos días con la ley del Sí es sí y las medidas prohibicionistas que con ella quieren ejercer contra el sexo de pago, no he podido evitar acordarme de una entrada que escribí hace algunos años, tras mi estancia en el Putiferio, que, fijáos si es caprichoso el destino, pareciera que se tratase de una premonición de lo que se nos avecina a las trabajadoras sexuales en este rancio e hipócrita país adornado de neopuritanismo, como alguien a quien admiro lo llamó en una conversación que mantuvimos el otro día 😉
Cuando escribo estas palabras es muy tarde y no voy a hablar detenidamente sobre el tema, que da para largo y tendido. Eso, otro día con calma lo haré. Hoy lo que quiero es simplemente dejaros por aquí un escrito (que además he incluído en mi libro) que empezó a raíz de un sueño que tuve… ¿O debería llamarlo premonición? Juzguen ustedes mismos…
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“Repetí experiencia en el Putiferio dos ocasiones más : la segunda, ese mismo verano, y la tercera durante el verano del año siguiente, aprovechando los periodos vacacionales que mi otro trabajo, el “normal”, me permitía.
Una noche, meses después, cuando ya había pasado todo, cuando ya los nombres y las caras de las chicas empezaban a difuminarse en mi mente y ya tenía claro que no volvería a aquella casa nunca más, soñé con Vanessa.
El sueño comenzaba con un golpe de estado en el que asumía el poder un dictador que prometía sacar a España de la crisis en la que se hallaba hundida. Una de las medidas que tomaba el dictador era prohibir la prostitución y perseguir y encarcelar a todas las mujeres que hubieran trabajado como prostitutas en algún momento de su vida.
Yo, en un principio, aunque algo asustada, pensaba continuar con mi vida normal, pues nadie de mi entorno sabía que me acostaba con hombres a cambio de dinero. Pero entonces, una mañana, salía a la calle y me cruzaba con uno de mis clientes. Él, que en las ocasiones en que estuvimos juntos me hacía disfrutar tanto y se comportaba de forma tan cordial y atenta, ahora me clavaba una mirada de odio y yo, en ese momento, sabía que tenía que abandonar mi ciudad y unirme al exilio clandestino que miles de putas ya habían emprendido por miedo a ir a la cárcel.
Yo empezaba a planificar mi huida, aunque no sabía ni a dónde ir, ni cómo ir, para no levantar sospechas. Iba andando por las calles con una mochila a los hombros, calles abarrotadas de gente alterada por las revueltas del golpe de estado, miradas de recelo dispuestas a delatar la más mínima irregularidad con tal de salvarse el pellejo. Volvía a cruzarme con otro cliente, este ya me amenazaba directamente, diciéndome que iba a denunciarme y que no sólo iría a la cárcel, sino que allí me matarían como ya habían hecho con las otras putas, que es lo que nos merecíamos.
Asustada, desorientada, sin saber dónde ir, me perdía entre las gentes, intentaba pasar desapercibida, que no se notara que era puta, inventaba excusas para quienes me preguntaban, al fin y al cabo ya había aprendido a mentir a mis allegados, así que con los desconocidos era más fácil aún.
Entonces la vi. De repente, en medio de un centenar de rostros desconocidos que iban y venían, vi a Vanessa. Y ella me vio a mí. Nuestras miradas se hablaron sin necesidad de que mediara palabra. El miedo y la desesperación se reflejaban en sus ojos, como imagino que se reflejaban también en los míos.
Nos dirigimos cogidas de la mano hacia un rincón donde nadie nos oyese y nos contamos todo lo que habíamos pasado, lo que les estaban haciendo a las putas en este país, tratábamos de trazar un plan para escapar juntas.
Lo último que recuerdo del sueño es cómo, en mitad de la noche, atravesábamos un puente por su pared interior, nuestras manos aferradas al borde superior del mismo y, como único apoyo, un estrecho alféizar que recorría lo largo del puente y que teníamos que pasar de puntillas, a lo Misión Imposible. Y sus ojos. Sus enormes ojos verdes mirándome”.
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